Patrimonio cultural

Historiguía

Nuestras Raíces

 

 

Sobre los picones y el cacique picunche Melipillán. 
Hace miles de años, en el fértil valle del Maipo, se asentaron diversas tribus indígenas. 
Desde las tierras del Aconcagua llegó una tribu muy importante por sus conocimientos en el riego, la agricultura y la alfarería tanto utilitaria como artística, además de un especial rito funerario. Esta avanzada penetró por las tierras de Curacaví (piedra del festín) y María Pinto. Orillando el Puangue fue tomando posesiones de paso, por cerros y lomajes de El Bollenar y San José hasta ubicarse en el Cerro Redondo, el que se encuentra frente a la que fue industria de calzado en nuestra ciudad.

Al no encontrar abundante agua, la tribu inició trabajos de ingeniería para construir un canal de riego. Entonces los alarifes iniciaron sus faenas en el sector denominado Llopeo  (hoy, Lo Chacón) y aprovechan el encuentro del Mapocho con el río Maipo para conducir el agua hasta los pies del Cerro Redondo en una longitud de 17 kilómetros. El éxito de esta obra ha permitido llevar hasta nuestros días el agua a muchos sectores agrícolas de la ciudad y la comuna.

 Establecida la tribu, sus actividades surgen con dinamismo en la agricultura, la construcción de sus viviendas y la elaboración de su bella artesanía de color salmón con líneas geométricas en sus dibujos. Esta tribu de los Picones está inserta en la llamada cultura Aconcagua Salmón. Su presencia histórica está registrada en documentos de los propios españoles al establecer dominio en estos lugares.

 Con mayor dominio de autoridad la tribu del cacique picunche Melipillán está establecida entre Lomas de Huilco (surcos de agua) y las tierras bajas del sur oriente, orillando el Maipo. Aquí surgen los telares y la fabricación de tinajas.

 Los Picunches (hombres del norte) en su idioma mapudungún, que es la voz de los mapuches, (hombres de la tierra), alaban a un mismo dios. Sus ritos también son los mismos de los Huilliches, (hombres del sur). Es por eso que el Rehue será el lugar sagrado de todos ellos para sus ceremonias religiosas.

 Según la creencia mapuche, el espíritu de los recién muertos, (llamado AM, en este estado transitorio), queda alrededor de su cadáver y más tarde en torno de su tumba o familia mientras se le recuerda con cariño. En este tiempo toma parte en la vida diaria de sus familiares, asiste a sus fiestas y se hace presente en sus pensamientos y sueños. Después, cuando ya se borran los recuerdos, el AM se convierte en pellu y se retira definitivamente al lugar de los espíritus, al huenu: nubes, firmamento, cielo. Los caídos en combate se retiran al hueullí: lugar de descanso de los antepasados o se dirigen a los volcanes, lugar destinado  a los manes de los caciques u otras personas insignes, en especial a los fundadores de los dis­tintos linajes. Allí los difuntos, hechos ya pellu o pillanes, continúan su vida anterior, son seres corporales, aunque invisi­bles; conservan la mentalidad, los gustos y las pasio­nes y, con esto, todas las necesidades de antes. Se aprovechan de los víve­res, vestidos, joyas y utensilios apilados en sus tum­bas; muestran agrado o displicencia por medio de las fuerzas de la naturaleza, puestas ahora a sus órdenes. De su voluntad depen­de el buen o mal tiempo, las cosechas, temblores, truenos, ra­yos y granizos. Las tempestades e inundaciones se asocian a los tótem de las estirpes, cuyos fines son para hacer el bien y contrarrestar los poderes maléficos en favor de sus descendientes.

Entonces el cacique picunche Melipillán (Meli: cuatro; pillán: espíritu), en su estirpe mapuche, pasa a ser la figura mitológica que representa el valor guerrero encarnado en este elegido heredero del nombre de sus antepasados, de sus muertos en combate: cuatro espíritus guerreros.